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Abuelitos festejan sus cumpleaños 100 y 101; han estado más de 70 años juntos

Redes.-Doña Teresa Stinziani cumplió 100 años. Al festejo, donde también celebraron los 101 años de Luigi Pettofrezza, acudieron los hijos, nietos y bisnietos, quienes celebraron con 70 kilos de asado, limoncello y tiramisú.

Entre los preparativos para festejar a la Nona, unos improvisaron paneras para los 30 kilos de flautitas y miñones caseros que llegaron como ofrenda para la mujer, mientras otros doblaron servilletas, buscaron hielo, cortaron queso y prepararon ensalada rusa con 18 kilos de papa y cinco de zanahoria.

En tanto, en el garage contiguo a la fábrica de juguetes que el bisabuelo fundó en José C. Paz y sigue siendo legado familiar, todos metieron mano en la cocina, la despensa, la heladera con 120 tiramisús que el hijo del medio, Antonio de 72 años preparó con queso mascarpone. «Del verdadero, eh», indicó Rafael, de 62 años, el más pequeño.

Pero el evento no sólo festeja a Teresa, sino celebra los 201 años que suma la pareja de los Pettofrezza, de los cuales, han estado más de 70 juntos.

La pareja es famosa por los juguetes que fabricaron y que alegraron a miles de chicos, así como por su italianidad a flor de piel, esa que brota de los platitos de cerámica, los embutidos colgando y el ajo en la casa de la calle Arenales, en pleno centro de José C. Paz.

«Primero vino papá, en el ’52, después de varios años prisionero en la Segunda Guerra», cuenta Josefina de 76 años, la mayor de los hijos.
«Él era campesino en el pueblo de Morrone, en Campobasso. Cuando lo capturaron los alemanes, contaba, le daban un pan por semana y él lo usaba como alimento y como almohada. En el ’54 nos vinimos en barco mi mamá, mi hermano Antonio y yo», relata.

En tanto, recordaron algunas de las anécdotas que han vivido con sus padres, como un viaje en barco en el que Antonio y Josefina no recordaban si tenían 5 y 6 años o 9 y 10, respectivamente.

«Se movía todo el tiempo, te la pasabas vomitando. Tardaba 30 días, lleno de paisanos en camas cucheta, todos trayendo en bolsas de arpillera cafeteras, ollas, semillas para la huerta. Mi mamá se trajo como cinco bicicletas. Las cuidaba mientras intentaba perseguirnos a Josefina y a mí, que corríamos por el barco haciendo un despelote bárbaro», dice quien también ofició de asador.
Abuelitos festejan 100 y 101 años de edad en Italia / Especial
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En Argentina Don Luis trabajó en una textil y después, durante 30 años, para Obras Sanitarias. Luego abrió su propia fábrica de plásticos hasta descubrir el nicho de los juguetes: autitos, tractores, camioncitos de bomberos y más.

«Hasta los 80 años vino a trabajar todos los días. Ahora supuestamente ve muy poco, pero vos le das cualquier pieza de plástico y él la arma», cuenta Rafael y le sirve vino casero a su papá. «¡Pará, pará! ¡Despacio!», tiene que advertirle.
Así como Teresa toma agua, tiene sus propios horarios de almuerzo y cena y muestra debilidad por sus 16 bisnietos, Luigi disfrutóvorazmente de los sanguchitos de berenjena en escabeche y no le escatima al tinto patero que lo remonta a los campos de su tierra natal. «Toma vino, a veces fernet con coca, café con fernet… ¿Qué le vas a negar a los 101 años?», agrega Rafa.

Los dos siguen compartiendo cama matrimonial, así como la mesa dominical estallada de fiambres caseros, distintas ensaladas, vermús y asado que la cumpleañera y el Nono disfrutan rodeados de amor. Cada tanto entra una prima segunda, el diariero Omar con su hijo y su madre (otra eminencia del barrio que salió especialmente para homenajear a los Pettofrezza), o abuelos de boina que rinden respeto y regalitos a la pareja con tono de boda de Connie Corleone.

«A los 93 a papá se le perforó un intestino», recuerda Rafael. «En el hospital nos dijeron que lo tenían que limpiar todo y coser por dentro. Nos dijeron que no iba a pasar la noche. Algunos fueron a limpiar la bóveda familiar. A los tres días estaba en casa comiendo fideos», cuenta entre risas y timidez.

Todos recordaron también cuando Antonio, chiquito, se lastimó la pierna haciendo travesuras y para no ser castigado, le dijo a su papá que lo había mordido el perro de un vecino chileno con el que pocos hablaban.

«Mi viejo fue con un fierro a agarrárselas con el pobre perro que no había hecho nada», dice también Rafa, y deja en final abierto el temible cierre de la anécdota.

Todos los relatos son tragicómicos: una metáfora de la epopeya inmigrante que vivieron, en José C. Paz y toda la Argentina, cientos de miles de Luigis y Teresas.

«Acá eran todos paisanos. El que podía compraba ladrillos y todos los otros venían a levantar paredes. Cuando otro compraba, se turnaban», relata Antonio. Hoy brindan a la salud de la pareja más famosa del barrio.

Con información de Clarín

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