El ambiente era de fiesta, una fiesta dorada. El Estadio Monumental de Chihuahua estaba a reventar. Los seguidores de los Dorados no solo habían llenado cada butaca, sino que muchos habían acampado desde el día anterior para asegurar su lugar en la historia. Después de 25 años de sequía para los Indios de Ciudad Juárez, la sensación en la capital era que la dinastía de la Primera Zona se confirmaría con un campeonato más en casa. Todo estaba a favor de los Dorados: la localía, el historial, un roster que lucía más completo y la confianza de una afición que se sentía invencible. Era, en la teoría, un simple trámite. Pero en el béisbol, como en la vida, las historias más grandes se escriben cuando el guion se rompe.
La ventaja competitiva que no fue suficiente
Para entender la magnitud de la victoria de los Indios, es crucial analizar la ventaja competitiva con la que contaban los Dorados. Este año, el reglamento de la liga estatal se modificó para permitir a las zonas traer a cuantos profesionales quisieran, al ritmo de uno por semana. Una medida que, a todas luces, beneficiaba a la escuadra capitalina.
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Los Dorados de Chihuahua tenían la particularidad de contar con un equipo en la Liga Mexicana de Béisbol,Si bien los Dorados de Chihuahua no fueron el equipo que más profesionales registraron durante la temporada, la calidad de estos jugadores y la facilidad para integrarlos al roster les daba una clara ventaja en el papel. Una ventaja que, esta vez,no pudo asegurar el triunfo.
El golpe en el primer inning
Apenas en el primer capítulo, los Indios de Juárez, con la sangre fría de un equipo que no tenía nada que perder, soltaron un golpe demoledor. Un doble de James Cubillos y un imparable de Yahir Gurrola produjeron las primeras dos carreras. No fue solo el 2-0 inicial; fue la forma en que lo consiguieron, con un bateo oportuno que evidenciaba un plan de juego agresivo. Para los Dorados, fue como una cachetada de realidad. El pitcheo de su “caballo”, Sergio “Sheko” Rodríguez, que había sido intocable, se tambaleaba. Una entrada y un tercio, y el as ya había permitido tres carreras, el tipo de salida que nadie en Chihuahua imaginó.
Los Indios, lejos de conformarse, siguieron con su ataque quirúrgico. Con un pitcheo salvaje, ampliaron la ventaja a 4-1. El Monumental, antes un hervidero de euforia, se sumió en un silencio tenso. El béisbol demostraba que no se trata de quién tiene el mejor equipo en el papel, sino de quién juega mejor en el diamante.
La resistencia
A pesar de los Indios, la fuerza de los Dorados era innegable. Con la presión de su público, lograron recortar la distancia a 4-3, y el Monumental recuperó el aliento. La remontada se sentía posible. La ofensiva local, con jugadores clave como Andrés Ríos y Oliver Cepeda, hizo todo lo posible para inclinar la balanza. Los Dorados tuvieron hombres en posición de anotar, las bases se llenaron en momentos cruciales, pero cada intento era sofocado por un bullpen indígena que se comportaba como un muro impenetrable.
El relevo de los Indios fue la verdadera clave. Miguel León y Luis Serna colgaron ceros espectaculares, uno tras otro, sin ceder ante la presión. El pitcheo local no pudo contener la hemorragia inicial, pero el de Juárez se creció ante la adversidad. La historia de la noche no fue solo la ofensiva de los Indios; fue la defensa de su ventaja. El punto final lo puso Luis Serna, quien con una frialdad envidiable, dominó la ofensiva de los Dorados en la novena entrada, silenció al público y consumó la derrota más amarga para la capital.
Así, los Indios de Ciudad Juárez no solo ganaron un campeonato, sino que escribieron una de las crónicas más épicas en la historia del béisbol chihuahuense, la del equipo “David” que derrotó al “Goliath”, en el mismísimo Monumental, en la cuna de los Dorados.
