Durante seis meses, miles de personas siguieron en Instagram la vida lujosa de un supuesto magnate llamado Boris Bork: paseos en autos de lujo, cenas exclusivas, helicópteros y una actitud arrogante frente a la cámara. Sin embargo, nada era real. Boris Bork no existía.
La historia fue ideada por Roman Zaripov, un joven ruso de 23 años, como parte de un experimento social. Tras leer que crear una celebridad en redes sociales podía requerir millones de inversión, Zaripov decidió demostrar lo contrario: que con pocos recursos, pero una narrativa convincente, se podía fabricar una figura influyente en internet.
Así nació Boris Bork, interpretado por Boris Kudryashov, un jubilado de clase media que aceptó el papel. Las imágenes del “millonario” fueron tomadas durante varios fines de semana en escenarios planeados cuidadosamente: interiores de autos costosos, atuendos llamativos y paisajes urbanos. Todo pensado para proyectar lujo.
La cuenta alcanzó más de 18,000 seguidores y comenzó a recibir hasta 30 mensajes diarios, muchos de ellos de marcas interesadas en colaboraciones. Nadie cuestionó la identidad del personaje. La ilusión era tan fuerte que bastaba una foto bien editada para despertar confianza.
La inspiración para crear a Boris vino del empresario viral Gianluca Vacchi, conocido por sus bailes en yates y su vida pública en redes. Pero a diferencia de Vacchi, detrás de Boris solo había un jubilado y un equipo creativo con una cámara.
Tras medio año, Zaripov reveló el experimento en una publicación de Facebook. “Lo que más me impactó fue lo fácil que es engañar a la gente”, escribió. También reveló que todo el montaje costó apenas 800 dólares.
El caso de Boris Bork expuso los peligros de una cultura digital donde la apariencia suele pesar más que la verdad. Para muchos, fue un recordatorio incómodo de cuán fácil es construir una mentira atractiva… y que muchos prefieren creerla.



