Fui a las mismas escuelas que Claudia Sheinbaum y sus hijos. Cursé la primaria en el Herminio Almendros, que estaba apenas a unas cuadras del Bartolomé Cossío, donde ella estudió. Eran colegios particulares del sur de la Ciudad de México, de clase media y corte progresista, donde antes que un pensamiento de obediencia, aprendías a pensar de forma crítica. Tuteabas a los maestros, podías cuestionarlos o pararte en una asamblea a decir lo que no te pareciera
De niño, y luego de adolescente, cuando pasaba frente al Bartolomé para tomar el transporte público, ni por asomo hubiera pensado que de una escuela así podía surgir la próxima presidenta de México. Mucho menos que sería una mujer y una líder del CEU, ese movimiento estudiantil que veíamos con interés y admiración. Todo eso, junto a su formación intelectual y científica, nos hace sentir a varios identificados con Claudia.
No solo por tener el corazón en el lugar correcto, sino también porque en su formación posee los recursos para evitar el pensamiento dogmático que caracteriza a ciertos cuadros de la izquierda y el obradorismo. Porque la formación de Claudia le permitirá actuar a partir de un pensamiento estructurado y una racionalidad necesarias en esta segunda etapa de la 4T.
A mí y a muchos nos ha agradado el discreto encanto de su sencillez, la ausencia de esa grandilocuencia tan frecuente entre muchos políticos, y la manera como tiene los pies bien plantados en la tierra. Ojalá el poder no le haga perder esas cualidades.
Pienso que Claudia sorprenderá a más de uno, pero también que tomará tiempo verla plenamente en acción. No es fácil sustituir un liderazgo carismático y tan popular como el de López Obrador sin romper con él (cosa que ni puede ni debe hacer), sin comprometer la unidad del partido o sin generar un problema de gobernabilidad.
Después de toda una vida como luchador social y dirigente político, no debe ser fácil para AMLO entender realmente que le toca dar un paso al costado. Lo hemos visto en estos cuatro meses de transición en los que el presidente parece haber sentido que debía ejercer una suerte de tutela sobre Claudia, lo que redujo considerablemente su margen de maniobra y la obligó a invertir un valioso tiempo en numerosas giras con el Presidente.
Seguramente ella hubiera preferido dedicarse de lleno a planear su próximo gobierno, a reunirse con actores clave y a formar la estructura administrativa necesaria para operar. En cambio, fue el presidente y su agenda quienes marcaron la pauta, incluso con una reforma judicial que hoy genera una enorme incertidumbre jurídica y un clima económico poco favorable. Difícilmente una gobernante querría iniciar una gestión así y apostar de esa manera el capital político de la última elección.
Son varias ya las voces que —desde su misoginia, mala leche y ganas de que le vaya mal—, ya ven en Claudia a una simple “gerente” que se dedicará a administrar decisiones tomadas por un hombre, como si no pudiera tener capacidad política, visión y liderazgo. Nada más falso.
Lo que toca ahora es darle una verdadera oportunidad a Claudia, ser pacientes y confiar en ella.
Nota:
Por decisión de EL UNIVERSAL, me despido hoy de estas páginas agradeciéndole a su directiva el valioso espacio. A ustedes, queridos lectores, gracias por haberme acompañado todos estos años. Seguimos y no claudicamos.