Andrés Castillo fue detenido en enero de 2016, en posesión de varias dosis de metanfetamina, sin embargo, esa no sería una detención de un narcomenudista como cualquier otra, pues se trataba de un asesino en serie que operaba en el estado de Chihuahua.
Su captura se dio el 6 de enero y confesó haber cometido al menos 12 crímenes, sin embargo las autoridades señalan que podría estar relacionado con la muerte de hasta 20 personas. Para el 5 de diciembre de 2017 se le condenó a 120 años de prisión.
El caso de Andrés Castillo conmocionó a la ciudad, pues no solo se dio a conocer por sus brutales crímenes sino por un macabro detalle: dejaba juguetes junto a los cuerpos de sus víctimas desmembradas, lo que le valió el apodo de “El Descuartizador de Chihuahua”.
El modus operandi de Andrés era atraer a sus víctimas, principalmente hombres jóvenes, con la promesa de regalarles droga, de acuerdo con las autoridades utilizaba metanfetaminas para drogarlos y luego los golpeaba en la cabeza con objetos contundentes hasta quitarles la vida.
Después de quitarles la vida, Andrés desmembraba los cuerpos usando siempre una segueta y abandonaba los restos en lotes baldíos, a veces enterrados bajo tierra o incluso bajo el piso de su propia casa, además de la violencia física, Castillo abusaba sexualmente de sus víctimas antes de matarlas.
Finalmente, y lo que más sorprendió a los investigadores, es que tras quitarles la vida, dejaba juguetes sobre los cuerpos, lo que parecía ser una firma personal.
Personal de la Fiscalía General del Estado señala que posiblemente el gesto simbolizaba los regalos que Andrés nunca recibió en su infancia, como una proyección de sus traumas pasados.
Los criminólogos que analizaron el caso concluyeron que Castillo era un psicópata con tendencias sádicas. Su comportamiento ritualista, como el uso recurrente de la misma segueta y la colocación de juguetes junto a los cuerpos, reflejaba una profunda carga emocional relacionada con los abusos que sufrió durante su infancia.
Según los expertos, el asesino revivía esos traumas en sus crímenes, con un cambio de roles en el que él ya no era la víctima, sino el victimario.