Durante su campaña presidencial, Claudia Sheinbaum prometió que con su gobierno llegaría el tiempo de las mujeres en México, promoviendo la “sororidad” y la cooperación entre ellas. Sin embargo, la práctica política ha mostrado una notable discrepancia entre el discurso y los hechos.
En los primeros meses de su mandato, la presidenta ha mostrado preferencias claras por regímenes autoritarios y ha ignorado logros de mujeres líderes fuera de México. Un ejemplo reciente fue su falta de reconocimiento a la activista venezolana María Corina Machado, galardonada con el Premio Nobel de la Paz. Al mismo tiempo, defendió públicamente a Nicolás Maduro en Venezuela y a Pedro Castillo en Perú, incluso aplaudiendo la destitución de la presidenta peruana Dina Baluarte mediante un golpe de Estado.
La sororidad, entendida como la solidaridad consciente entre mujeres para generar apoyo mutuo y promover igualdad, empatía y cooperación, parece haber quedado relegada frente a intereses diplomáticos y políticos. Mientras se proclamaba un gobierno de mujeres para las mujeres, las decisiones de la presidenta han mostrado un apoyo selectivo que contradice el concepto de hermandad femenina.
Este contraste entre palabras y hechos ha generado cuestionamientos sobre la autenticidad del compromiso con la igualdad de género, evidenciando que el discurso de “sororidad” podría ser más retórico que real. La incongruencia entre el mensaje y la práctica política deja una pregunta abierta sobre qué significa verdaderamente el empoderamiento femenino en el actual gobierno mexicano.



