La designación de los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas en Estados Unidos puede redefinir las relaciones bilaterales y generar consecuencias legales y políticas globales.
El concepto de terrorismo no solo está cargado de connotaciones políticas, sino que también lleva implicaciones legales significativas. Se define como un acto de violencia planeado con la intención de generar miedo en terceros y alcanzar objetivos políticos, religiosos o ideológicos. En el caso de los cárteles mexicanos, sus actos violentos han causado terror en comunidades enteras, pero ¿encajan en esta definición? Según las leyes internacionales, no siempre, ya que su principal motivación tiende a ser económica más que ideológica. Sin embargo, esto no ha impedido que el término se utilice como una herramienta política.
La designación de organizaciones terroristas extranjeras (FTO, por sus siglas en inglés) permite a Estados Unidos ampliar su alcance legal. Bajo esta etiqueta, las agencias estadounidenses pueden:
Congelar activos financieros de los grupos designados.
Imponer sanciones a sus aliados y socios.
Autorizar operaciones militares directas.
Estas facultades convierten al término “terrorismo” en un instrumento poderoso, pero también polémico. No siempre está directamente relacionado con la naturaleza de la violencia, sino con las prioridades políticas de cada administración.
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha reavivado esta discusión. Durante su primer mandato, Trump promovió políticas agresivas contra los cárteles, incluidas propuestas para clasificarlos como terroristas. Ahora, con su segundo mandato, esta estrategia busca proyectar fuerza y satisfacer a una base electoral que exige resultados tangibles en temas como seguridad fronteriza y narcotráfico.
Pero esta decisión no solo busca combatir el crimen. También sirve como herramienta de presión política hacia México, obligando al país a tomar medidas más contundentes contra el narcotráfico o a aceptar mayores intervenciones estadounidenses.



